Desde los primeros textos hipocráticos pasando por Heráclito o Pascal, Lichtenberg, Joubert, los románticos alemanes o Nietzsche, hasta llegar a Juan Ramón Jiménez y Bergamín, la tradición del aforismo ha sido grande y espléndida en la literatura y se ha mostrado más que como un género, como la forma más depurada del pensar poético, una dimensión figurativa del pensamiento (así la llamó el maestro Bergamín) cuyo destino no es otro que establecer un diálogo amoroso con la incertidumbre. Entendido como un género minoritario, el aforismo es, sin embargo, una disciplina que ha enamorado a innumerables filósofos y poetas, expresión del pensamiento líquido, minuciosa, paradójica, a veces escondida en otros textos y en demasiadas ocasiones orillada en la clandestinidad literaria.